Cuerno de unicornio, bezoar y triacas. Modernos antídotos de la antigüedad.
Publicado en el Boletín de la Asociación Toxicológica Argentina.
Unicornio. De entre los antiguos antídotos usados por la humanidad, encontramos que en época de los griegos, los viajeros hablaban de un animal salvaje de un solo cuerno que existía en la India, asignándole grandes poderes a su única asta. Por ejemplo, una copa hecha del cuerno de este animal volvía inocuo cualquier líquido venenoso que pudiera contener en su interior. Debido a la pureza del Unicornio, su cuerno conocido como alicornio, fue considerado mágico y se volvió un ingrediente popular en la medicina medieval. Su sola presencia fue considerada una segura protección contra los venenos en la comida, y cuando era utilizado engarzado en objetos de joyería, protegía al usuario de estos males. El alicornio valía mucho más que su peso en oro; siendo los reyes, emperadores, y papas las pocas personas capaces de pagar los precios exigidos. Estos se encontraban ávidos en adquirir el cuerno precioso que les “garantizaba” una vida larga y saludable. Con semejante comercio lucrativo, la aparición de “alicornios falsos” fue algo previsible, los que fueron confeccionados con cuerno de toro, o de cabra. Para distinguir el alicornio "real" del falso, se inventaron pruebas de control de calidad. Entre ellas encontramos las siguientes: Poner escorpiones bajo un plato confeccionado con este cuerno. Si los escorpiones se morían en cuestión de horas, el cuerno era real. Alimentar con arsénico a unas palomas, seguidas por una dosis de cuerno de unicornio. Si las palomas sobrevivían, el cuerno era genuino. Dibujar un círculo en el suelo con el cuerno. Si el cuerno era real, una araña puesta allí no podría cruzarlo. O bien poner el cuerno en agua fría. Si el agua burbujeaba aunque estuviese fría, el cuerno provenía de un unicornio. Los cuernos de unicornio completos fueron rarísimos. Por ejemplo, un cuerno de unicornio completo que poseía la reina Elizabeth I de Inglaterra fue valuado en su momento en £10,000 (el equivalente de aproximadamente 3.000 onzas de oro, dinero que alcanzaba para comprar una propiedad rural grande con un castillo). Entre los registros más antiguos acerca de este mítico animal, encontramos el de Ctesias de Cnidos, el historiador y médico griego, quien describía en el 398 a.C: "Hay, en la Persia, ciertos asnos tan grandes como los caballos o más grandes aún. Sus cuerpos son blancos. . . y sus ojos azul oscuro. Ellos tienen un cuerno en la frente de un pie y medio en longitud. El polvo macerado de este cuerno se administra en una poción como protección contra las drogas mortales. La base del cuerno es blanco puro, la parte superior es afilada y de un rojo vívido; y el resto, o la porción media es negra. Aquéllos que beben en vasos hechos con estos cuernos no están sujetos a convulsiones o la enfermedad santa. De hecho, ellos incluso son inmunes a los venenos si, o antes de o después de tragarlos, beben vino nada más de estas copas. Todos los animales cuentan con cascos sólidos. El hueso del tobillo, el más bonito que yo haya visto alguna vez, tiene la apariencia del buey: Es tan fuerte como la primacía, y su color es parecido al del cinabrio. El animal es sumamente veloz y poderoso, y ninguna criatura, caballo ni cualquier otro animal, puede darle alcance”. Hoy sabemos que tanto en la India así como en Africa, existe solo un animal de un solo cuerno: el rinoceronte. El unicornio entró a la leyenda europea sin tener nada que ver con el rinoceronte que era desconocido para el occidental de la edad media, pero con propiedades similares. En otros casos, el largo cuerno de este mítico animal, que en ocasiones unos pocos podían obtener a un valor muy superior al de las joyas más excelsas, era el único diente del macho de una especie de cetáceo llamado narval. El uso de este escasísimo antídoto obviamente estaba restringido solo a los reyes y su selecta corte. En Inglaterra la creencia en los poderes del cuerno del unicornio como antídoto duró hasta el reinado de Carlos II quien, con un juicio un poco más objetivo, solicitó a la Royal Society que investigase las propiedades de una copa labrada en un cuerno de rinoceronte, siendo informado de su absoluta inutilidad para evitar o contrarrestar intoxicaciones. Sin embargo no todos compartían esta opinión, como sucedió con Juan I, hijo de Pedro IV y de Leonor de Sicilia. Dicho rey era un hombre culto que estudiaba música y astrología, pero en forma paralela creía fervientemente en las supersticiones y los maleficios. El 30 de marzo de 1379 el rey escribió una carta al prior del monasterio de Roncesvalles, rogándole que le dieran un cuerno de unicornio que allí poseían, para lo cual ofrecía a cambio cien florines en concepto de limosna. Se cuenta que a las personas que Juan I honraba con su amistad, les regalaba trocitos del peculiar antídoto. La generalización de esta creencia antidótica hizo que por lo menos una pequeña parte del cuerno de un unicornio se volviese un elemento imprescindible para todo castillo o iglesia, disponible para tratar con las enfermedades, las mordeduras de perros rabiosos, arañas, serpientes o escorpiones, y para la protección contra los envenenamientos realizados por otras personas. En 1553, un cuerno de unicornio fue llevado al rey de Francia y valuado en 20.000 libras esterlinas. Un valor similar tuvo una taza de oro que el rey Eduardo IV regaló al duque de Burgundy, la que tenía incrustaciones de joyas y un trozo de cuerno de unicornio. No sabemos si estas piezas contenían en realidad colmillo de narval, cuernos de antílopes o gacelas africanas o de rinocerontes. El Papa Pablo III llegó a pagar doce mil piezas de oro por un cuerno de “unicornio genuino”, y en Inglaterra Jaime I pagó diez mil libras esterlinas por otro cuerno. Ansioso para probar su efectividad, el rey puso a prueba un pedazo de él con un sirviente a quien le hizo ingerir previamente un veneno. El hombre murió rápidamente. La base de la creencia en las propiedades del unicornio en Europa se remonta al mito de que éste usó su cuerno para purificar el agua de un manantial infestado de serpientes venenosas para que otras bestias pudieran beber. Esta leyenda fue recopilada en el s. XIV por el sacerdote John de Hesse. Hesse visitó Tierra Santa y juró haber observado a un unicornio que limpiaba el agua contaminada de esa manera. El descubrimiento de la purificación del agua vino a esta región en un momento crítico de la historia europea, ya que la fiebre tifoidea estaba asolando a la población. Muchos sospechaban que la enfermedad podía ser llevada por el agua contaminada, y por ende trataban de encontrar una solución. Bezoar, terra sigillatta, gemas, amuletos y talismanes. Todo servía contra los venenos. Otro antídoto de amplia difusión en el medioevo europeo fue el bezoar. El término bezoar, aunque hoy enmarcado medicamente como una complicación relativamente poco relacionada con la toxicología, deriva del persa padzahr (pad proteger y zahr veneno), de la palabra badzher del árabe, y del hebreo beluzaar. En aquella época, el pueblo que no podía acceder a antídotos tan caros como el cuerno del unicornio, debía contentarse con otros antídotos universales. Uno de ellos fueron las piedras encontradas en los estómagos de ciertos animales, particularmente rumiantes como cabras y gacelas. Estos antídotos comenzaron a ser utilizados en el medio oriente en sus orígenes, y luego fueron introducidos en Europa de la mano de los árabes. Estas piedras eran pulverizadas y mezcladas con vino para su ingestión. Los tricobezoares oficiaron también como antídotos y actuaban según la creencia, a modo de esponjas capaces de absorber las sustancias tóxicas ingeridas tal como hoy actúa el carbón activado frente a muchos tóxicos. En otras ocasiones, bezoares pequeños eran engarzados en joyas y llevados como amuletos que inmunizarían de maleficios y envenenamientos, dentro de cajas de oro y plata. Durante las pestes, los que no los podían comprar, los alquilaban por día. Las autoridades ejercían algún tipo de control de calidad, quemando los bezoares que eran hallados falsos, sin embargo los declarados genuinos se vendían a precios exorbitantes y eran cuidados como tesoros. Se tiene registro que un castillo en Córdoba, España llegó a ser permutado por una de estas piedras. Téngase presente que las piedras bezoares fueron admitidas como remedios oficiales en la farmacopea londinense hasta mediados del s. XVIII. Otro antídoto universal utilizado por aquella época fué la Terra Sigillata, una arcilla especial de la isla de Lemnos. Con ella fueron fabricados jarros en los siglos XVI y XVII en donde podía ingerirse cualquier bebida sin temor a ser envenenado. El medioevo europeo encontró a muchas personas que tenían en su poder platos y copas hechas de distintas sustancias que garantizaban empañarse cuando un veneno se colocaba en el interior de ellos. En el siglo XIII se creyó que las copas de vidrio veneciano explotarían si se les vertía un vino envenenado. No obstante, más apreciados que estos vasos, continuaron siendo las copas hechas con cuerno de unicornio. Muchas gemas podían neutralizar los venenos. Así Maimonides informó que el polvo de esmeralda diluído en vino era un buen antídoto aunque avisaba que esta gema debía ser grande y de buena calidad. Las últimas formas de antídotos utilizados en la edad media fueron los amuletos y los talismanes. Estos fueron introducidos por los judíos, aunque no era raro que un gentil pidiese alguna protección al rabino local. Su utilización se remonta a culturas más antiguas como la egipcia o la china. Un amuleto era un artículo o un pedazo de pergamino en el que se escribían ciertos nombres santos. Este amuleto debía llevarse permanentemente en el cuerpo del individuo que quisiese mantener su poder. Los talismanes eran muy similares a los amuletos, aunque estaban en el límite de lo que un judío fiel podía usar, ya que el talismán en algunos aspectos era similar a un ídolo. El libro de Arnoldo de Villanova escrito al final del siglo XIII decía que "la imagen de un hombre sosteniendo una serpiente muerta por la cabeza con su mano derecha y por la cola con su mano izquierda, es un antídoto contra los venenos". Uno de los que experimentaron con bezoares descubriendo su ineficacia fue Ambrosio Paré. El famoso cirujano renacentista quien aprendió a ligar las arterias humanas, un arte que le diera fama como padre de la cirugía moderna, en relación con las convicciones que sobre el bezoar poseía Carlos IX de Francia, realizó las siguientes observaciones: "Me confesó el monarca que tenía en prisión a un cocinero que había robado a su amo dos bandejas de plata, por lo cual iba a ser ahorcado inmediatamente. El rey deseaba experimentar la eficacia de la piedra, para comprobar si era útil en casos de envenenamiento por cualquier tóxico. Por ello me dijo que preguntase al cocinero si consentía en tomarse cierto veneno a condición de que se le administrase inmediatamente el susodicho antídoto. El cocinero aceptó de buen grado, diciendo que prefería morir envenenado en la prisión a ser ahorcado en público. Un farmacéutico le dio un determinado veneno en un bebedizo e inmediatamente después tomó la piedra bezoar. Una vez alcanzaron el estómago ambas sustancias, comenzó a vomitar y a presenciar diarrea, declarando sentirse arder interiormente y pidiendo a gritos agua, la cual no le fue denegada. Una hora más tarde solicité del preboste que me dejase ver al condenado, haciéndome acompañar por tres de sus arqueros. Me le encontré a cuatro patas, arrastrándose como un animal, con la lengua colgando fuera de la boca, los ojos y la cara congestionados, vomitando, cubierto de sudor frío y sangrando por la boca, la nariz y los oídos. Le hice que se bebiese un poco de aceite, en un intento de salvarle la vida, pero todo fue inútil. Vivió sólo unas siete horas". Paré le practicó la autopsia al cocinero, y averiguó que el boticario le había administrado bicloruro de mercurio. Según se cuenta, el rey Carlos IX de Francia, hizo quemar su piedra en cuanto se enteró de los resultados de la experiencia. La Triaca o theriaca. Un antídoto más elaborado La palabra Teriaca o Triaca deriva del griego "therion", que era utilizada para denominar a las víboras y por extensión a todos los animales ponzoñosos. Fueron los maestros árabes quienes tomaron la palabra latina theriaca, asimilándola como tiryaq. Posteriormente a ésta se la volvió a latinizar como triaca, tal como se la conoció en occidente. La triaca fue el antídoto universal de la antigüedad por excelencia. Se le atribuye su preparación a Andrómaco de Creta, médico de Nerón, habiendo sido descripta en una poesía que Galeno conservó en su escrito De Antidotis. Esta triaca estaba formada por unas 70 sustancias distintas. La triaca fue uno de los remedios más populares entre los griegos y los romanos, quienes creían en su acción siempre y cuando se ingiriese de manera regular una o dos veces diarias. Estas elaboraciones fueron desarrolladas por médicos de fama reconocida, y resultaban excesivamente caras para el pueblo, no así para los patricios, que eran en su mayoría consumidores asiduos. La theriaca fue mencionada en la farmacopea árabe por Ibn Mâsawayh (nacido en Gondishapur hacia 777 y muerto en Sammara en 857), Hunayn y al Razî (llamado Razès, nacido en Rayy, también hacia 865 y muerto en Bagdad, entre 902 y 935). Bagdad era entonces, en los siglos IX y X, un centro científico donde se recogió la experimentación y las tradiciones médicas Iraníes y griegas, la traducción de trabajos científicos patrocinada por al-Ma'mun permitió tener acceso a las tradiciones médicas del cercano y el medio oriente por medio del conocimiento árabe. La toxicología fue notoriamente desarrollada por los científicos árabes, los seguidores de las investigaciones de Dioscorides. Médicos musulmanes y químicos producían la elaboración, al final del siglo XI, de 4000 drogas compuestas o no, cuando sólo un centenar era conocido por los estudiosos griegos de los tiempos de los clásicos.
En occidente, el arte preparatorio de la teriaca veneciana llegó a atraer a los “maestros especieros” de todas partes de Italia. Tan cotidiano era su uso que en un antiguo documento administrativo del monasterio de Camaldoli puede leerse en una nota, cuánto llevaba gastado el “speziere” para adquirir una triaca "en la feria de Vinegia" mientras que en una receta del siglo XVIII, consta que las triacas usadas en dicho monasterio siempre fueron confeccionadas según la escuela veneciana. Entre los finales del siglo XVI y principio del XVII el más grande hospital en Milán envió también a Venecia, para aprender el arte preparatorio de la Teriaca, a su maestro speziere, quien se convirtió en el primer autorizado legal para tales fines en la zona de Milán. Llegan a encontrarse registros de su uso hasta en 1796 en la ciudad de Bolonia, mediados del 1800 en Venecia y hasta 1906 en Nápoles. Durante este período de auge en este preparado, la creación de jardines y herbarios en los monasterios y hospitales vino a evitar la falsificación en los ingredientes y a permitir la fácil disponibilidad de éstos. Tanto fue su auge, que ya no era utilizado solamente contra las mordeduras de serpiente ni los envenenamientos, sino también para conservar la salud, hacer la vida mas tranquila prolongada, y rejuvenecer todos los sentidos. Así lo hace saber entre 1595 y 1605, el médico y filósofo Orazio Guarguanti de Soncino al dirigirse a Ludovico Taberna Obispo de Alabanzas, Mensajero apostólico. Los poderes de la theriaca estuvieron vigentes hasta la época moderna, y todavía en el siglo XVIII los boticarios de Venecia, Holanda y Francia debían prepararla con ciertas ceremonias en presencia de las autoridades. El bálsamo teriacal era obtenido a partir de un preparado a base de víboras. Este bálsamo se vendía en Europa en pequeñas tortas redondas llamadas trochisci. De ahí el nombre troquista o droguista. Los maestros de la escuela Salernitana no escatimaban en los consejos en materia de toxicología. Se puede leer en el capítulo XII de la Regula Salernitana acerca de los envenenamientos: "Allia, nux, acita, raphanus et theriaca. Hacec sunt antidotum contra mortale venenum". Como se vé, en materia de tratamientos, Europa no había adelantado mucho desde el tiempo de los griegos y Mitrídates. Ya entrado en el renacimiento la elaboración de la triaca pasó a ser un proceso oficial complejo, sujeto a la inspección de empleados municipales, con el objeto de vigilar la comisión de cualquier tipo de adulteración. Con el correr de los años se corroboró su ineficacia, y se empleó la misma voz para designar ciertos tipos de melaza densa y de color oscuro obtenida durante la fabricación del azúcar. La administración de azufre y melaza a los jóvenes de las generaciones pasadas como tónico primaveral, se fundamentaba entonces en las antiguas creencias sobre la triaca, la que culminó sus días de gloria terapéutica no ya como el antídoto real contra todo veneno, sino como un tónico para el crecimiento infantil.
Prof. Dr. Eduardo Scarlato.
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