Cuando hablar de Toxicología, equivalía a andar tirando flechas 

Publicado en el Boletín de la Asociación Toxicológica Argentina. (Adherida a la IUTOX). Año 21, Nº 77. Dic. 2007. p

Prof. Dr. Eduardo Scarlato.

El presente trabajo es una actualización del trabajo “Toxicología. La ciencia de las flechas”, presentado en el Congreso Argentino de Antropología de 2001. (NAyA. Noticias de Arqueología y Antropología ediciones. CD-ROM. Argentina.)

 

El vocablo toxicología nos remonta semanticamente a aspectos muy disímiles de lo que actualmente abarca esta disciplina.

Etimológicamente la palabra derivaba del latín toxicum (veneno) y ésta del griego toxicón, pharmacón, que significaba veneno para flechas, derivado a su vez  de toxón o arco de tirar, relacionado seguramente con las sustancias con que se impregnaban las flechas disparadas con aquel, por lo que representaba la idea de esta acción.(1) Las flechas eran denominadas por los griegos toxeuma.(2)

En referencia a este arma, podemos recordar a Toxeo, el arquero. Hijo de Eurito, rey de Eucalia, quien fuera muerto por Hércules, quien fuera también un temerario arquero.

Apolo, por su parte, era apodado Toxóforo, el que lleva el arco. Y así es como se lo puede observar en muchas esculturas.

Esta práctica de envenenar flechas para potenciar su letalidad tiene sin embargo, orígenes mucho más remotos todavía.

Puntas de lanzas y flechas envenenadas fueron usadas ya por el hombre del Paleolítico(3), según lo atestiguan investigaciones arqueológicas de Saint Hilaires y Parrot, lo que nos habla del tiempo que el hombre viene dominando el uso de venenos a través de este mecanismo.(4)

La religión es una fuente de información donde puede comprobarse también el uso de flechas potenciadas por venenos.

La Biblia registra esta práctica en el Levítico 10 - 9 cuando dice: "...porque parece que todas las saetas del Señor están clavadas en mí. Y el veneno de ellas va corroyendo mi espíritu..."

El budismo(5) es otra religión que describe a través de una parábola, el uso de flechas envenenadas. En el Culamalukya Sutta (El discurso de la flecha), famoso discurso acerca de lo que el Buda enseñaba en relación a las discusiones abstractas que a nada conducen, cuenta la historia del hombre que habiendo sido herido por una flecha envenenada, no dejaba que se la quitasen hasta saber una serie de detalles acerca del que lo había herido y el tipo de flecha y de su veneno; aún cuando su vida estaba realmente en peligro. Buda usaba este símil para comparar al hombre que se embarca en especulaciones acerca del mundo, perdiendo la objetividad de lo verdaderamente importante.(6)(7)

Es por esta característica química que las flechas pueden obrar entonces principalmente como un agente vulnerante, pero también como agentes tóxicos.

¿Y qué sustancias tóxicas podemos llegar a encontrar en ellas?

Los venenos de las flechas generalmente son extractos acuosos o zumos vegetales concentrados. Algunos, además contienen "aditivos" destinados a darle consistencia, a conservarlos o a potenciar su toxicidad.

Estas sustancias se presentan generalmente como masas parduscas de viscosidad variable y de duración indefinida. Tales venenos deben en general conservarse al abrigo del aire después de su preparación artesanal, o bien ser  usados inmediatamente para recubrir las flechas.

 

Un dato de interés cuando se estudian los tipos de principios activos que el hombre utiliza o utilizó, es que puede observarse en líneas muy generales que hay una clara diferenciación continental en lo que respecta a los tipos de venenos empleados; preponderando en Africa las flechas con productos cardiotóxicos, y en América aquellos preparados a base de elementos paralizantes.

La mayoría de los usados en Oceanía actúan como tetanizantes y/o sofocantes.

Existen algunos que sólo causan fenómenos de irritación. También se encuentran casos en los que se emplean ponzoñas animales para la preparación de estos venenos. En estos casos, puede comprobarse su inocuidad por la vía bucal y su toxicidad por la circulatoria.

El uso de venenos animales (8) y vegetales en las flechas, como lo dijera,  es sumamente antiguo. Ya lo mencionaban Dioscórides y Plinio, al igual que Celso y Aulo Gelio. Se citaban entre tales venenos el del tejo (Taxus baccata), eléboro (Helleborus viridis, foetidus y níger) que combina las propiedades tetanizantes en el músculo estriado junto a la bradicardia e hipotensión a nivel cardiovascular. También el Limeum helenium y ninum fueron descriptos por estos estudiosos.

La palabra eléboro, veneno también usado para las flechas, alerta acerca de su peligrosidad, y proviene del griego elein: para dañar, y bora: comida.(17) Plinio informa en sus tratados que el eléboro era usado por un médico llamado Melampus, y por esta razón se denominaba también a esta planta Melampodo. En la Castilla medioeval, se denominó al eléboro como la "yerba de los ballesteros" porque impregnando con su extracto las saetas, éstos la utilizaban para cazar venados.(9)

Aristóteles menciona la ponzoña de la víbora y Estrabón la de peces toxicóforos utilizados en la confección de flechas venenosas.

Con el correr del tiempo, y hasta ya entrada la edad media, en Europa no se perdió la tradición del uso de flechas envenenadas. Prueba de su amplio uso, como así también de las implicancias que estas armas tenían, fueron las leyes francas que las penaban especialmente.

Sólo la aparición y el progreso de las armas de fuego acabó con esta costumbre en dicho continente, permaneciendo aún en las comunidades tribales de casi todo el mundo con modalidades peculiares según la cultura y el área geográfica.

Así, en el Africa Occidental se recurre al dundaké que es la corteza del Sarcocephalus esculentas. Procede éste del árbol llamado diunk en portugués, y puede asimilarse por sus efectos al estrofanto.

Se puede  mencionar la fisostigmina, que constituye la base del veneno jirou y eseré del delta del Níger.

Lo propio cabe decir del ogon y del quenda de Sierra Leona.

En el centro de Africa se da preferencia a las estrícneas en la confección de venenos de flechas y dardos. Entre las plantas de aquel grupo parece que la más empleada es el Strychnos icaja. El  Ervthrophloeum guineense, el Palisota baulcis y el Combetum grandiflorum se utilizan igualmente.

Pueden señalarse también los hongos llamados genéricamente mboa, que posiblemente pertenezcan al grupo faloide.

En el Sudán egipcio y el Alto Nilo se recurre al látex endurecido del euforbio (Euphorbia resinífera) con el nombre de ellie o bulo. Las tribus del Africa Oriental y en particular los somalíes, se valen de la uaba (Acocanthera ouabaia), cuyo principio no es más que la ouabaína. Este compuesto se ha obtenido también de una variedad de semillas de Strophantus glabrus. Los animales muertos por las flechas envenenadas con estrofanto, son tratados previamente por los africanos antes de comerlos de la siguiente manera: cortan los bordes de la herida e introducen en ella un pedazo de corteza de baobab, dado que ésta tiene aparentemente propiedades antagonistas.

En el Africa austral se usa la llamada echuja, cuyo principio activo es un glucósido cristalizable, extraído de la Adenium boehmianum. (10)

El veneno utilizado por los zulúes sudafricanos, proviene del género Acokantheria, que es de la familia de la pervinca o apocináceas. (11)

Los cafres y los bosquimanos recurren también a las ponzoñas de serpientes y arañas. Estos no son usados solos, sino mezclados al euforbio, Amaryllis distichia o Acocanthera. (3)

En Asia septentrional se atribuía a los esquimales y tunguses el empleo de flechas envenenadas por inmersión en cadáveres putrefactos. En realidad, el veneno comprobado de aquellos pueblos, como el de los siberianos nativos procede de la planta llamada zgate. Esta es una Anemone en cualquiera de sus variedades locales (altaica, parviflora y ranunculoides).

Si nos dirigimos hacia el oriente, encontraremos que entre las tribus del Indostán se conoce desde largo tiempo el bish. Procede del Aconitum ferox mezclado o no con otras plantas como la rafidófora.

Los ainos del Japón empleaban como veneno el shoukou, que es el jugo desecado del Aconitum japonicum.

En zonas de Indochina los venenos proceden de la Antiaris toxicaria. Esta se asocia a veces al Strophantus giganteus, el que también es usado solo.

El upas del archipiélago Malayo es un veneno que ha sucitado controversias.

En realidad deriva de diversas especies de Antiaris toxicaria y del Strychnos tieuté, ambos conocidos como árbol de upas. Cuando se quiere aumentar su potencial tóxico se ha mezclado a las espinas de un Tetradon venenoso.

No faltan tampoco en las flechas asiáticas, los preparados estrícneos. El umei malayo se obtiene de la raíz del Cocculus y el lombok de las hojas del tabaco.

En Java el veneno de las flechas llamado legen o dendang se preparaba con la cantárida denominada Epicauta ruficeps.

En cuanto al kandjas de la India parece proceder del Gecko virosus.

Las tribus de Filipinas se valen del abubab, lunas y pait. Estos venenos derivan de los glucósidos de las especies botánicas Rabelaisia, Lunasia y Lophopetalum

 

En cuanto al continente americano(12) podemos decir que cuando llegaron los españoles a tierra americana, el indígena era poseedor de un buen saber sobre las propiedades de las plantas y los animales venenosos. Conocía las plantas de las que podía extraer el zumo venenoso para sus flechas de combate; como también las que eran consideradas como contraveneno(18) (si Diego de Rojas hubiera escuchado a la india que lo quería curar de la flecha envenenada que finalmente lo mató cuando quiso irrumpir en el Valle de Tafí, en el actual Noroeste argentino, quizás hubiera sobrevivido). La crónica relata que a pesar de haber sido una herida leve en el muslo, tanto que el mismo Rojas rehusó recibir curaciones por ella, al día siguiente comenzó a sentirse débil y cansado, y al tercero ya era presa de dolores y  fiebre. Decían los cronistas que para ese momento se lo encontraba  “mordiéndose  las manos furiosamente y  arrojándose del lecho a cada momento dando cabezadas en el suelo, y revolcándose con la gran rabia y furor que tenía, al extremo de que los que lo tenían asido, no se podían valer con él”. El cuadro fue tremendo e impactó sobremanera en sus subordinados y amigos, los que veían su paulatino decaimiento sin poder hacer nada por él, ya que desconocían  el veneno empleado por los indios así como su antídoto. A los siete días  “murió  Diego de  Rojas, natural de Burgos, caballero honrado, esforzado y liberal, compañero en los trabajos de los soldados”  como reza la noticia de la época, del lado de la conquista, por supuesto. (19)

La necesidad imperiosa de contar con antídotos para contrarrestar el espectacular efecto de las flechas envenenadas que los  indios habían logrado perfeccionar, luego de comprobar los efectos que ellas producían y al no contar con mayor información, ya que los caciques habían  dado la orden a sus guerreros de dejarse matar antes que revelar la naturaleza del tóxico o su contraveneno; los españoles en su desesperación urdieron un plan:  consiguieron una flecha no usada y con ella atravesaron  el muslo de un indio prisionero, el que luego consiguió “huir” de sus captores, los que lo siguieron a la distancia  hasta  la vera de un río, donde el indio seleccionó allí ciertas hierbas, las que machacó y luego bebió el zumo obteniendo de esta manera, colocando otras en la herida infligida en el muslo, de la que previamente había extraído la flecha. Así fue descubierta  por los españoles la “contrayerba”.

Entre los pueblos de Colombia (12), como por ejemplo los indios chocos y en Panamá prehispánicos, fueron usados venenos extraídos de ranas, y usados en dardos envenenados, tanto para la caza como para prácticas mágico religiosas. Los sapos utilizados pertenecen a los llamados kokoi (phyllobates bicolor y dendrobates tinctorius). Estos sapos de espectaculares colores son sorprendentemente venenosos. La secreción de un sapo de árbol que mide menos de tres centímetros de largo, posee por ejemplo una dosis de veneno suficiente para matar a mil ratones.

Los nativos de lo que hoy es Colombia, al oponerse al conquistador Lugo, utilizaron flechas impregnadas o "herboladas" como se las denominaba. (13)

Andrés Posada Arango, fundador de la Academia de Medicina de Medellín, en su publicación de 1888 afirmaba que "...estos efectos no los causa el curare..." y aunque desconoció el principio activo dedujo "...Los síntomas tetánicos que este último ocasiona han hecho mirar su base como análoga a la estricnina, mientras que se desconoce aún la naturaleza del principio tóxico de upas antiar, que parece ser una resina".

El primer conquistador caído víctima de las flechas envenenadas en Colombia fue Juan de la Cosa, aunque no se sabe con certeza el veneno utilizado.

 Los pieles rojas de América del Norte utilizaron diversos venenos. Uno de ellos procede del Gonolobus macrophyllus y otro de la serpiente de cascabel.

Algunas tribus de América del norte utilizaron para sus flechas, un extracto de la Cynanchum sarcostemmoides. (10)

En Méjico se valieron también de ponzoñas de crotálidos, escorpiones y miriápodos.

El célebre curare de los indios americanos (4) procede de diversas especies botánicas del grupo estrícneas (Strychnos crevauxii, toxifera, castelnaei). Las flechas curarizadas se usan actualmente en el Amazonas y las Guyanas, como así también otras toxinas. Entre ellas figuran las procedentes del Ocheoma lagopus, la Euphorbia cotinifolia y el Paullinia cururer.

Algunas tribus del norte del Brasil, combinan las propiedades del curare con el agregado de venenos de serpiente para potenciar su letaliadad. (14)

Uno de los primeros europeos en conocer las flechas con curare fue Alonso Pérez de Tolosa en 1548 durante la exploración del lago Maracaibo en Colombia.(15)(4)

Y dado que actualmente es el curare el veneno que se asocia más comunmente  a la utilización de las flechas, podemos decir de él que quien llevó esta droga a Europa fue Keymis tras recorrer el Orinoco en 1596. Ya en el siglo XVIII, nombres como Gumilla, La Condamine, Ulloa y Veigl entre otros, aportaron información al viejo mundo sobre las propiedades venenosas de las que con el tiempo sería un medicamento. Humboldt y Bonpland fueron los primeros científicos en estudiar sus propiedades a los comienzos del siglo XIX.

Continuaron luego las exploraciones de Martius y Spix, Poepping, Youd, los hermanos Schomburgk, De Castelnau y Spruce quienes a mediados de siglo, extendieron ya los conocimientos botánicos, etnológicos y científicos del curare.

 

En síntesis, estén sus puntas envenenadas o sumamente afiladas para traspasar  su blanco; sean sus cuerpos pulidos para ganar velocidad o ásperos para producir mayor grado de lesión, las flechas fueron hechas y usadas para matar. Y muchas de ellas a través del envenenamiento. (16)

Y como el dolor que seguramente han producido en la humanidad durante miles de años de su uso ha sido demasiado grande, aquí va la única historia que he encontrado en referencia al uso de flechas sin que éstas tuvieran una misión mortal. La leyenda nos sitúa en América, y el personaje un cacique con gran fama de hechicero.

Fue en la época en que el naciente estado de Mexica empezaba a consolidarse. Este pueblo provenía de un éxodo de su patria natal, una isla llamada Aztlán. 

Huitzilihuitl (Pluma de Colibrí), había heredado la jefatura de su padre, el heroico rey Acamapichtli (Manojo de Castañas), muerto en 1391.

Al morir la esposa de Huitzilihuitl, una princesa tepaneca, cuando su hijo Chimalpopoca contaba nueve años, el rey mexica puso sus ojos en Miahuxihuitl, hija del señor de Cuahnahuac, situado en la actual Cuernavaca. Pero el cacique, quien también era un consumado hechicero, había protegido a la princesa con un extraordinario ejército de guardianes. Llamó a todas las arañas y a los ciempiés a que la cuidaran, lo mismo que a un batallón de murciélagos y escorpiones. Y por si fuera poco tanto animal ponzoñoso, las rejas del palacio estaban defendidas por bestias salvajes.

Las pretensiones de Huitzilihuitl no fueron bien acogidas por quien debía ser su futuro suegro, y las posibilidades de concretar sus planes eran casi nulas.

Fue durante un sueño que encontró la solución.

Con arte y paciencia construyó una hermosa flecha, y colocó en ella una piedra preciosa de refulgentes destellos.

Situado a una distancia conveniente, tensó su arco y disparó certeramente, cayendo la flecha en el patio por donde la princesa solía pasear. Sorprendida ante aquella saeta que parecía haber descendido del cielo mismo, la gentil doncella la tomó en sus manos, y al ver la joya la puso entre sus dientes para ver cuál era su dureza.

Tal como el rey mexica había visto en su sueño, la princesa se tragó inadvertidamente la piedra preciosa, y de forma mágica quedó encinta.

Nueve meses más tarde, nacería un niño al que llamaron Moctezuma I, quien sería luego el más grande de los emperadores aztecas. Pero esa… ya es otra historia.

 

 

BIBLIOGRAFÍA.

(1) Diccionario etimológico. Toxico.

(2) Aggrawal A.  Poison, antidotes and anecdotes.
http://members.tripod.com/=Prof_Anil_Aggrawal/poiso001.html

(3) Repetto M. Toxicología  Fundamental. Diaz Santos ed.  España. 1998. p. 1

(4) Pelta Roberto. El veneno en la historia. Espasa Hoy ed. 1997. P. 21-25

(5) Culamalukya Sutta (El Discurso del Símil de la Flecha)
Bhikkhu Nandisena (traductor) Publicaciones Fondo Dhamma Dana.  http://www.cmbt.org/fdd/fddpali.htm

(6) Enciclopedia Espasa. tomo 24 FLECHA. /  ESTROFANTO /

(7) Borges J L. Que es el budismo. Alianza editorial. Madrid. 1998. p 48-49.

(8) Rawas A. Intoxication par l’ellebore blanc. Bull. Med. Leg. et toxicol. Vol 15, 1972, p. 374-376

(9) Gamoneda Antonio. Libro de los venenos.1995. Siruela ediciones. España. p. 13, 34, 88, 115.

(10) Lewin L.  Traité de Toxicologie. Octave Doin Editeur. France 1903. P 723 - 755.  (en biblioteca de profesionales de Facultad medicina UBA)

(11) Crow. W. Las propiedades ocultas de las plantas. El ateneo editorial. Bs. As. 1990, p. 55

(12) Furst P. Los alucinógenos  y la cultura.  Fondo de cultura económica ed. México. 1994. P 280-282.

(13) Córdoba D. Toxicología. Manual moderno editores. Colombia. 2000. P. 11

(14) Anónimo. Toxicología. Librería científica ed. Buenos Aires 1927. p.74

(15) Bisset NG.  War and hunting poisons of New World. Part 1. Notes on the early history of curare.  J. Ethnopharmacol. Vol 36, ISS 1, 1992. p 1 – 26

(16) Jiménez del Oso Fernando. Brujas, las amantes del diablo. Anaya ed. España. 1995. P.45 – 47

(17) Gunnora Hallakarva. El arma silenciosa.
www.pbm.com/=lindahl/rialto/poisons-art.html

(18) Carlos Villafuerte Diccionario de árboles, arbustos y yuyos en el folklore argentino. Editorial Plus Ultra 1984. Argentina.

(19) Armando M. Pérez De Nucci.  La medicina tradicional del noroeste argentino.  Historia y presente. p. 32-33, 49-50, 120, 138-141

 

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